ABROCHARSE EL CINTURÓN Y BAJARSE LOS PANTALONES AL MISMO TIEMPO

imagesNumerosas generaciones que vivieron en épocas pasadas tuvieron la sensación de que sus vidas habían estado controladas por manos ajenas, de que habían hecho lo que se les ordenaba sin rechistar y de que habían asistido, como meros espectadores y sin entender los motivos, a los acontecimientos que ocurrían delante de sus narices. Es más, seguramente muchas de las personas que están leyendo estas líneas se puedan sentir identificadas con lo que describo y tengan la sensación de que lo que les sucede en su día a día no es lo que tenían previsto. Que, cuando ven los telediarios o leen los periódicos, lo que perciben del ambiente social que les rodea tampoco les gusta. Empresas que cierran, sociedades que quiebran, listas del paro que se incrementan, desahucios que se multiplican, ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. La crisis se traduce como una oportunidad para incrementar el patrimonio de los primeros mientras los impuestos suben para los segundos y, entre tanto,  se respira en el aire la sensación de que el denominado “Estado del bienestar” se está desmantelando a costa de los de siempre, es decir, de los que no tienen culpa.

Y es que, en relación a la asunción de culpabilidad por esta crisis, hemos podido asistir en los últimos días a las declaraciones del banquero Emilio Botín en la que imputaba responsabilidades a los políticos, los políticos entrantes a los salientes, los salientes a los banqueros, y vuelta a empezar. Sin embargo, comienzo a vislumbrar un innegable movimiento en la ciudadanía que, aunque tenue todavía, indica que ésta ya no está dispuesta a contentarse con cualquier cosa. Quedarse callado y limitarse a soportar la adversidad ya no es una opción para un sector de la población consciente de que su misión no debe limitarse a pagar impuestos y obedecer las normas, sino que también puede exigir, manifestarse y sentirse partícipe de un modo nuevo de hacer política y de entender la sociedad.

En este cambio de actitud no ha influido únicamente el hecho de atravesar una etapa de vacas flacas. El género humano ha dado a lo largo de la Historia pruebas más que suficientes de su capacidad para afrontar situaciones duras. En mi opinión, lo que más ha soliviantado a la población han sido las públicas y notorias muestras de ostentación por parte de los verdaderos responsables de los desaguisados económicos y financieros que a todos nos está tocando padecer. En Italia saltó el escándalo después de la emisión de las imágenes de algunos de sus mandatarios disfrutando a todo lujo de las vacaciones de Navidad en unas islas tropicales mientras, simultáneamente, imponían durísimos recortes al pueblo italiano. Aquí, en España, asistimos a la publicación del listado de sueldos desorbitados y de planes de pensiones indecentes de los directivos de las cajas de ahorro que tuvieron que recurrir a la ayuda de los fondos públicos debido a su precaria situación y, ante eso, la reacción de quienes no se resignan a agachar la cabeza y cerrar el pico no se ha hecho esperar.

A través de las redes sociales circula un lema muy ilustrativo dirigido a las clases dirigentes que imponen recortes discutibles y a las élites que se siguen enriqueciendo a pesar de las circunstancias, que dice: “No puedo abrocharme más el cinturón y bajarme los pantalones al mismo tiempo”. También se está extendiendo otro en el que se denuncia que “no se pueden admitir leyes e impuestos europeos para recibir servicios y sueldos africanos”. El caldo de cultivo del hartazgo popular está en su punto y, cuando los ideales revolucionarios se desempolvan, se retoman algunas de las ideas que en su día fueron objeto de estudio y parecían haber caído en el olvido. Ideas como que el gobierno debe ser del pueblo y para el pueblo, que nuestros dirigentes están ahí para servir a la ciudadanía y no para servirse de ella, o que deben exigirse las condiciones para la igualdad de oportunidades. Y, como éstas, otras obviedades que, con el transcurso del tiempo, siempre se olvidan.

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