DESTINADOS A SER CIUDADANOS, CONDENADOS A SER SÚBDITOS

2974214922_37f1673ff9_zHace unos meses, cuando se retransmitió para el mundo entero el funeral del ex dirigente norcoreano Kim Jong-il, se pudo contemplar a centenares de miles de personas llorando desconsoladamente, gritando histéricamente y manifestando de forma desproporcionada su supuesto abatimiento a causa de la desaparición de su líder. Como en cualquier dictadura, es evidente que el porcentaje de falsedad de tales muestras de pesar era muy elevado. El miedo, ingrediente fundamental de todo sistema de gobierno autoritario, es capaz de lograr que un pueblo se humille y haga alarde de unos sentimientos inexistentes. Sin embargo, tampoco descarto que otros individuos, fruto de haber vivido toda su vida bajo la propaganda, la manipulación y la sumisión, no finjan dichos gestos de frustración sino que, como consecuencia lógica de haber sido tratados siempre como súbditos sin derechos, educados en la obligación de adorar a su amo, se comporten así de forma natural.

Más me sorprende observar en nuestros Estados democráticos –donde alardeamos de igualdad y justicia- rasgos de cierta sumisión impropia de los modelos constitucionalistas. Así, en la reciente boda del nieto de la Reina Isabel II de Inglaterra, millones de británicos permanecieron durante largas horas vociferando y blandiendo banderas con la esperanza de recibir un saludo con la mano del nieto de la soberana, llamado a sustituirla en el trono. Y es que, por mucho de que se traten de explicar con las reglas del protocolo, esta selección de reverencias y genuflexiones ante los reyes occidentales tiene más de reminiscencia absolutista que de signo de educación, consideración y respeto. Pero estos comportamientos inexplicables no se llevan a cabo exclusivamente en el ámbito de la aristocracia y la realeza sino que se extienden al de la política. En ese sentido, jamás he podido entender la relevancia de los mítines dentro de las campañas electorales, habida cuenta que son actos en los que un candidato pretende supuestamente convencer a una masa ya de por sí entregada y con el voto claramente decidido, a juzgar por el fervor con el que agita las insignias, vitorea su nombre y guarda cola para recibir su beso. Es obvio que el fin último es alardear de seguidores incondicionales.

Estas conductas merecen ser analizadas, ya que se producen igualmente en otras esferas, desde los adolescentes con los cantantes de moda o los niños con los deportistas de élite. La pregunta es doble: ¿realmente nos hemos puesto a pensar si esos seres a quienes adoramos son merecedores de tal veneración? y ¿ellos nos tratan a nosotros con el respeto que merecemos?

Dos noticias de los últimos días me han impulsado a reconsiderar que, en el fondo -y por mucho que nuestra Constitución otorgue derechos, consagre la igualdad de oportunidades y nos atribuya la categoría de ciudadanos-, las viejas reminiscencias que nos equiparan a los súbditos continúan estando vigentes. En la primera de ellas, el senador del Partido Popular Jesús Aguirre manifiesta literalmente lo siguiente: “No estamos en campaña. Es momento de decir la verdad”. La conclusión “a sensu contrario” es devastadora, aunque asumida por la ciudadanía: nuestros dirigentes nos mienten.

En la segunda, se informa sobre el viaje del Jefe del Estado español a Botsuana para cazar, en mitad de una de las crisis económicas y sociales más preocupantes por la que atraviesa su país.

En definitiva, nos tratan como a súbditos. Decía Charles Bukowski que “la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que, en la democracia, puedes votar antes de obedecer las órdenes”. La visión de este polémico escritor es válida para quienes se contentan con ser súbditos pero   no sirve para quienes aspiran a ser ciudadanos. Ahora bien, ¿qué queremos ser? Porque si decidimos ser ciudadanos hay que ponerse manos a la obra y desempeñar un papel activo, reflexivo y responsable, a todas luces incompatible con buena parte de nuestras costumbres.

 

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