HASTÍO Y REVOLUCIÓN POPULAR

RevoluciónCuando estudiaba el diferente trato que habían dado en Estados Unidos y en Francia al tema de los mecanismos que se debían implantar para asegurar el cumplimiento de la Constitución tras las revoluciones que, a finales del siglo XVIII, marcaron el inicio del Estado liberal, siempre me causó perplejidad que en el país europeo, para fundamentar que no se instaurara un procedimiento jurisdiccional para vigilar el cumplimiento de la norma más importante, en ocasiones se utilizara el argumento de que, para el supuesto de que los poderes incumplieran la Constitución, siempre quedaba el mecanismo de la insurrección popular. Parecía razonable, en aquella época y para algunos,  dejar un tema tan trascendental como el cumplimiento de la Carta Magna por parte de los gobernantes a la rebelión popular. Seguramente, haber tenido recientemente un levantamiento popular como el que protagonizó el pueblo francés para derrocar al régimen absolutista, no hacía impensable considerar que fuese la población la que, vigilante, se dispusiese a defender sus normas e ideales a fuerza de empuñar armas y utilizar la violencia.

En el fondo, cuando se explica la Revolución Francesa o la Guerra de la Independencia de las colonias norteamericanas, se hace en un tono poético, casi romántico y desde luego ensalzando dichos episodios históricos. Razones no faltan. Buena parte de las libertades de hoy disfrutamos se deben, fundamentalmente, a conquistas logradas a base de derramamiento de sangre. De mucha sangre. Por lo que, desgraciadamente, al tono idealizado con el que se tratan estos hitos de la historia, habría que añadirle la certeza del sufrimiento que implicaron la guerra y los enfrentamientos en las calles.

Con el paso de los años, esos episodios quedan como lo que son, reseñas lejanas que se nos muestran en libros y películas. Gracias al sistema judicial, los ciudadanos nos hemos acostumbrados a acudir a los tribunales o, en su caso, a soportar las medidas de los gobiernos quedando, como único recurso, la posibilidad de manifestar nuestro voto en unas elecciones en las que, cada vez con mayor claridad, introducimos la papeleta en la urna con la sensación no elegir a quien creemos mejor, sino a quien consideramos menos malo. El pueblo tiene una capacidad de aguante que merece solamente elogios. Los llamamientos a apretarse el cinturón por los que lo llevan bien holgado son obedecidos casi sin rechistar. La orden de cotizar cada vez más años para cobrar una mísera pensión, dada por quienes, con unos pocos años cotizados en su escaño, se embolsarán las prestaciones más altas, son asumidas con resignación. El pueblo aguanta estoicamente. Hasta que ya no puede más.

Hace meses contemplé en televisión las imágenes de un ciudadano rumano que intentó suicidarse en su propio Parlamento lanzándose al vacío desde la tribuna, todo ello en protesta porque le habían denegado una ayuda económica y no podía atender a un hijo gravemente enfermo. Poco después, otra noticia anunciaba que en Túnez un joven se quemó a lo bonzo ante la confiscación de su puesto ambulante de verduras, que era el único sustento con el que contaba su familia. Aterra intentar imaginar la angustia que debió suponer para estas personas tomar semejantes decisiones, ante el trauma de no poder mantener a sus seres queridos. El hastío de la población va en aumento y, con él, la idea de que el pueblo vuelva a tomar las calles y promueva el cambio de regímenes.

Efectivamente, el levantamiento popular del estado tunecino provocó que su presidente, en el poder desde hacía más de veinte años, lo abandonase. Asistimos ahora en Egipto a una nueva manifestación del hartazgo popular frente a sus dirigentes, con decenas de muertos y centenares de heridos en las calles y otro líder que, tras tres décadas al frente del país, intenta desesperadamente no caer derrocado por los manifestantes. El tiempo dirá si estas revoluciones constituirán el inicio de formas de gobierno democráticas y respetuosas con los derechos y las libertades de los ciudadanos. En todo caso, demuestran que la humanidad no aprende de la historia y que los pueblos saltan cuando están hastiados. Y que la revolución es, en ocasiones, la única solución.

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