LA UTOPÍA NO SE ALCANZA, PERO SIRVE PARA AVANZAR

descargaEl escritor Eduardo Galeano afirma en una conocida cita que “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

La historia del Constitucionalismo es una continua lucha de personas persiguiendo ideales. Algunos se han conseguido, aunque parecieran inalcanzables cuando se imaginaron. Otros se han plasmado en las normas y su efectividad, en ocasiones no siempre plena, está al alcance de la mano. Y, algunas veces, esas ideas teóricas están lejos de convertirse en una realidad palpable para el conjunto de la ciudadanía. Pero lo cierto es que se ha producido un gran avance desde que las dos revoluciones de finales del siglo XVIII a ambos lados del Atlántico -la norteamericana y la francesa- cambiasen el rumbo de la Historia, que comenzó a transitar por un camino nuevo y, hasta entonces, inexplorado.

Ningún Estado Constitucional del mundo puede sentirse plenamente satisfecho de su sistema político. Las metas son tan altas y los objetivos tan ambiciosos que, como la utopía de Galeano, parecen alejarse a medida que nos dirigimos hacia ellos. Sin embargo, avanzamos precisamente por esa razón. Parece que nos desviamos del camino, incluso que retrocedemos, pero la imagen del ideal en el horizonte debe impulsarnos a seguir por esa senda que parece no tener fin.

Otros Estados quieren imitarnos a quienes ya circulamos por la autopista de la democracia, de las libertades, del Estado de Derecho y del control y la limitación del Poder. Hace unos días, Túnez aprobó la que ya se califica como la Constitución más avanzada del mundo árabe-musulmán. Islamistas y laicos han pactado una Ley Fundamental que garantiza la igualdad de hombres y mujeres y la libertad de conciencia y culto, hechos impensables hasta hace bien poco tiempo en un mundo marcado por la tendencia a la oficialidad y por la imposición de una religión, circunstancia que en los sistemas constitucionales avanzados no tiene cabida. Y a pesar de que en su primer artículo se dice que “Túnez es un Estado libre, independiente y soberano, el Islam es su religión, el árabe su lengua y la República su régimen”, posteriormente, en el artículo sexto, se dice que “se garantiza la libertad de fe, de conciencia y el libre ejercicio del culto”. Además, “la sharia” (ley islámica) no será la principal fuente del derecho -tal y como se intentó desde sectores religiosos más radicales- y por primera vez se garantizan los derechos de la mujer, consagrándose la “igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer” e, incluso, la obligación de promover la paridad de sexos en las asambleas. Considero que se trata de un inicio interesante para un camino esperanzador.

De hecho, si revisáramos los comienzos de nuestros sistemas constitucionales, también hallaríamos una serie de contrasentidos que a día de hoy nos avergonzarían, como la restricción de derechos a las mujeres y a determinadas etnias o el protagonismo de la religión en la vida pública y oficial.

Más reparos debe despertarnos otra Carta Magna -la de Egipto-, que también nace en este año 2014 tras un proceso revolucionario complejo y nada convencional. En este caso, pese a que pretende desmarcarse de la anterior norma fundamental impulsada por los Hermanos Musulmanes, lo cierto es que  mantiene al Islam como religión del Estado y a la sharia como principal fuente de la legislación. Además, se refuerzan las Fuerzas Armadas, que contarán con la prerrogativa de elegir al Ministro de Defensa durante los dos primeros mandatos presidenciales desde la entrada en vigor del texto. Es decir, el Presidente podrá nombrar al Primer Ministro, pero no al titular de Defensa (que deberá ser un militar). Por otra parte, el presupuesto de las citadas Fuerzas Armadas continuará escapando al control del Parlamento. En este sentido, la Constitución de Túnez es más avanzada y responde mejor a los ideales constitucionalistas.

De todas formas, si Túnez y Egipto pretenden caminar por la senda del constitucionalismo -aunque se hayan incorporado a ella más tarde y ocupen una posición más retrasada-, se unirán a ese conjunto de Estados conscientes de que la utopía no se alcanza, pero perseguirla sirve para avanzar. Como se decía en la película “Alicia en el País de las Maravillas”: “Siempre se llega a alguna parte si se camina lo bastante”. Caminemos, pues.

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