Los lamentos en Política

430032Entre las numerosas frases icónicas extraídas de la saga de “La guerra de las galaxias”, figura una pronunciada por el personaje de Obi-Wan Kenobi (interpretado por el actor Alec Guinness) ante un Harrison Ford inmerso en el papel de Han Solo: «¿Quién es más loco: el loco o el loco que sigue al loco?». Dicha reflexión me ha venido de nuevo a la cabeza tras diversos acontecimientos políticos recientes cuyos resultados han llenado de sorpresa y estupefacción a millones de ciudadanos de todo el mundo, como el referéndum del Brexit en Gran Bretaña, las elecciones presidenciales estadounidenses y otros comicios populares con respaldos más que sorprendentes. Las reacciones generadas han oscilado entre la indignación y la incredulidad, pasando por el lamento o la tardía pretensión de evitar lo inevitable, habida cuenta que los resultados derivados de las citadas votaciones resultaban ya inamovibles.

Por lo que se refiere a la llamada de los británicos a las urnas para decidir su salida de la Unión Europea, resultó chocante comprobar cómo, a las pocas horas de conocerse el triunfo de las tesis separatistas, millones de personas se lanzaban a la calle solicitando otro referéndum. Entre ellas, abundaban numerosos jóvenes que se quejaban amargamente de que los miembros del electorado de mayor edad habían impuesto su criterio, afectando así al futuro de las próximas generaciones más que al presente de ese sector veterano de la población. Curiosamente, muchos de quienes se echaban las manos a la cabeza reconocían no haber participado en la consulta y algunos incluso confesaban haberse arrepentido inmediatamente de su voto favorable, reconociéndolo fruto del cabreo y de la falta de reflexión pero, en todo caso, desconocedor de las consecuencias que podía acarrear.

En el caso de la victoria de Donald Trump, su candidatura a la Presidencia norteamericana representando al Partido Republicano comenzó calificándose de burda inocentada de escasa credibilidad. Sin embargo, el transcurso del tiempo se ha encargado de desmontar aquella percepción inicial y, ahora, aquel personaje grotesco cuya campaña electoral se desarrolló entre la incorrección política y la provocación más zafia será durante los próximos cuatro años el inquilino de la Casa Blanca, con todo lo que ello supone. Ya es tarde, pues, para el llanto y el crujir de dientes, una vez comprobado que 62.979.879 de votantes depositaron su confianza en él, convirtiéndole en el candidato republicano más votado de la Historia del constitucionalismo estadounidense. Tampoco parece serio alegar que casi sesenta y tres millones de personas fueron engañadas por el magnate neoyorkino, teniendo en cuenta que se mostró en sus mítines e intervenciones tal cual es. No recurrió a ninguna estrategia que maquillase su discurso. No echó mano de disfraces que ocultaran su personalidad. No pronunció mensajes descafeinados ni promesas dulcificadas que confundieran a sus partidarios sobre las verdaderas políticas con las que optaba al sillón presidencial. Por lo tanto, procede retomar la pregunta inicial: ¿Quién es más loco: el loco o el loco que sigue al loco?

Por desgracia, prolifera cada vez más un modelo de ciudadanía muy dada a criticar pero que, a su vez, se resiste a hacer autocrítica. ¿Cuántos de los casi cien millones de norteamericanos que decidieron no ir a votar el pasado 8 de noviembre han salido ahora a la calle para manifestarse en contra de su ya presidente electo? ¿Cuántos de los más de sesenta millones de votantes de Trump lo fueron más por un arrebato que por una razonada valoración política? ¿Cuántos centenares de millones de ciudadanos del mundo consideran la política como algo que les es ajeno y sobre lo que no pueden hacer nada en absoluto?

Pues bien, en este ámbito -como en otros muchos- lamentarse “a posteriori” en vez de haber actuado diligentemente cuando se tuvo ocasión no es la opción más inteligente. John Fitzgerald Kennedy lo expresó con claridad cuando dijo «No te preguntes lo que tu país puede hacer por ti. Pregúntate lo que tú puedes hacer por tu país». En otras palabras, menos quejas cuando ya no hay remedio y más celo y criterio cuando todavía se está a tiempo. De mucho de lo que sucede todos tenemos nuestra cuota particular de responsabilidad. No hay duda de que la crítica, la manifestación y la protesta se hallan en la base de la democracia pero también es necesario recordar que, como ciudadanos, somos corresponsables de lo que ocurre. Termino con una anécdota atribuida a otro ilustre mandatario de los Estados Unidos. Cuando Benjamín Franklin salió del Salón de la Independencia, una mujer se le acercó en la calle y le preguntó: «Señor Franklin, ¿qué forma de Gobierno nos ha legado?». Y Franklin le respondió: «Una República, señora. Si ustedes pueden mantenerla». Ciertamente, la responsabilidad de un país democrático no está en manos de una minoría privilegiada. La responsabilidad es de todos. Asumámosla entonces y dejémonos ya de lamentaciones.

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