MERCADEO Y RELACIONES INTERNACIONALES

images (7)Una de las frases más conocidas del cómico Groucho Marx era la siguiente: “Estos son mis principios pero, si a usted no le gustan, no se preocupe. Tengo otros”. Con esta cita parodiaba a aquellos personajes que modificaban sus ideales en función de lo que conviniera en cada momento. Esta parece ser, a su vez, la regla de oro de la política internacional en estos momentos. Con los aviones aliados bombardeando Libia no me resisto a recordar el reciente viaje de Gadafi a Italia, hace ya más de medio año. En aquella ocasión, el dirigente libio aterrizó en Roma con su propio séquito y con la intención de instalar en suelo de la Unión Europea su particular harén, y pudimos comprobar que Silvio Berlusconi le agasajaba como a un líder amigo. También hace menos de dos años que quien fuera entonces Ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, acudió a los fastos conmemorativos de los cuarenta años del coronel en el poder.

Ahora se le presenta como lo que siempre ha sido, un dictador más, un lastre para su pueblo, un obstáculo para la construcción de un estado que garantice mínimamente unos derechos básicos a la población. El problema moral es que era igual de dictador cuando se le extendía la alfombra roja, se le recibía con honores y se le revestía de respetabilidad por los mismos dirigentes que a día de hoy se echan las manos a la cabeza y claman contra su brutalidad. Asistimos atónitos a este ataque a quien, hasta hace nada, se le vendían armas y se le proporcionaba material bélico. Y lo peor de todo, en un alarde de cinismo e hipocresía con, desgraciadamente, muchos precedentes, todo esto ocurre sin que ninguna autoridad de las denominadas democracias occidentales haya expresado un mínimo de autocrítica por todos los años en los que se obvió conscientemente la condición despótica del dirigente africano. Esta experiencia ya la vivimos con Sadam Husein en Irak. El que sin duda alguna era un desalmado mandatario que merecía el más absoluto de los desprecios también fue en su momento un aliado occidental.

Convendría reflexionar sobre el tipo de política internacional que queremos desarrollar, máxime si luego pretendemos estar legitimados para dar lecciones sobre comportamiento democrático y respeto a los derechos humanos. Hasta ahora, la actitud que adoptan los países del primer mundo –siempre y cuando consigan una contraprestación-  es la de mirar hacia otro lado cuando un pueblo está oprimido por regímenes despóticos. El beneficio económico y el suministro de energía son argumentos suficientes para tapar con un tupido velo cualquier imagen desagradable y olvidar cuantas atrocidades se puedan estar cometiendo, convirtiendo las relaciones internacionales en un mercadeo más. Lo que me sorprende es la capacidad de rasgarse las vestiduras a posteriori y de alzarse en defensores de los más elementales derechos humanos frente a quienes  pasábamos la mano por el hombro hasta hace bien poco.

La película “El señor de la guerra”, dirigida por Andrew Niccol y protagonizada por Nicholas Cage, termina con la siguiente reflexión: Los cinco países con asiento permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas son, a su vez, las cinco naciones que venden más armas en el mercado internacional. El órgano que supuestamente está ideado para lograr la paz y evitar las guerras está en manos de los cinco estados que suministran más armamento. No se trata tan solo de una paradoja. Es, además, una buena muestra de la clase de política internacional que se viene desarrollando desde hace demasiado tiempo.

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