Monthly Archives: enero 2017

Los lamentos en Política

430032Entre las numerosas frases icónicas extraídas de la saga de “La guerra de las galaxias”, figura una pronunciada por el personaje de Obi-Wan Kenobi (interpretado por el actor Alec Guinness) ante un Harrison Ford inmerso en el papel de Han Solo: «¿Quién es más loco: el loco o el loco que sigue al loco?». Dicha reflexión me ha venido de nuevo a la cabeza tras diversos acontecimientos políticos recientes cuyos resultados han llenado de sorpresa y estupefacción a millones de ciudadanos de todo el mundo, como el referéndum del Brexit en Gran Bretaña, las elecciones presidenciales estadounidenses y otros comicios populares con respaldos más que sorprendentes. Las reacciones generadas han oscilado entre la indignación y la incredulidad, pasando por el lamento o la tardía pretensión de evitar lo inevitable, habida cuenta que los resultados derivados de las citadas votaciones resultaban ya inamovibles.

Por lo que se refiere a la llamada de los británicos a las urnas para decidir su salida de la Unión Europea, resultó chocante comprobar cómo, a las pocas horas de conocerse el triunfo de las tesis separatistas, millones de personas se lanzaban a la calle solicitando otro referéndum. Entre ellas, abundaban numerosos jóvenes que se quejaban amargamente de que los miembros del electorado de mayor edad habían impuesto su criterio, afectando así al futuro de las próximas generaciones más que al presente de ese sector veterano de la población. Curiosamente, muchos de quienes se echaban las manos a la cabeza reconocían no haber participado en la consulta y algunos incluso confesaban haberse arrepentido inmediatamente de su voto favorable, reconociéndolo fruto del cabreo y de la falta de reflexión pero, en todo caso, desconocedor de las consecuencias que podía acarrear.

En el caso de la victoria de Donald Trump, su candidatura a la Presidencia norteamericana representando al Partido Republicano comenzó calificándose de burda inocentada de escasa credibilidad. Sin embargo, el transcurso del tiempo se ha encargado de desmontar aquella percepción inicial y, ahora, aquel personaje grotesco cuya campaña electoral se desarrolló entre la incorrección política y la provocación más zafia será durante los próximos cuatro años el inquilino de la Casa Blanca, con todo lo que ello supone. Ya es tarde, pues, para el llanto y el crujir de dientes, una vez comprobado que 62.979.879 de votantes depositaron su confianza en él, convirtiéndole en el candidato republicano más votado de la Historia del constitucionalismo estadounidense. Tampoco parece serio alegar que casi sesenta y tres millones de personas fueron engañadas por el magnate neoyorkino, teniendo en cuenta que se mostró en sus mítines e intervenciones tal cual es. No recurrió a ninguna estrategia que maquillase su discurso. No echó mano de disfraces que ocultaran su personalidad. No pronunció mensajes descafeinados ni promesas dulcificadas que confundieran a sus partidarios sobre las verdaderas políticas con las que optaba al sillón presidencial. Por lo tanto, procede retomar la pregunta inicial: ¿Quién es más loco: el loco o el loco que sigue al loco?

Por desgracia, prolifera cada vez más un modelo de ciudadanía muy dada a criticar pero que, a su vez, se resiste a hacer autocrítica. ¿Cuántos de los casi cien millones de norteamericanos que decidieron no ir a votar el pasado 8 de noviembre han salido ahora a la calle para manifestarse en contra de su ya presidente electo? ¿Cuántos de los más de sesenta millones de votantes de Trump lo fueron más por un arrebato que por una razonada valoración política? ¿Cuántos centenares de millones de ciudadanos del mundo consideran la política como algo que les es ajeno y sobre lo que no pueden hacer nada en absoluto?

Pues bien, en este ámbito -como en otros muchos- lamentarse “a posteriori” en vez de haber actuado diligentemente cuando se tuvo ocasión no es la opción más inteligente. John Fitzgerald Kennedy lo expresó con claridad cuando dijo «No te preguntes lo que tu país puede hacer por ti. Pregúntate lo que tú puedes hacer por tu país». En otras palabras, menos quejas cuando ya no hay remedio y más celo y criterio cuando todavía se está a tiempo. De mucho de lo que sucede todos tenemos nuestra cuota particular de responsabilidad. No hay duda de que la crítica, la manifestación y la protesta se hallan en la base de la democracia pero también es necesario recordar que, como ciudadanos, somos corresponsables de lo que ocurre. Termino con una anécdota atribuida a otro ilustre mandatario de los Estados Unidos. Cuando Benjamín Franklin salió del Salón de la Independencia, una mujer se le acercó en la calle y le preguntó: «Señor Franklin, ¿qué forma de Gobierno nos ha legado?». Y Franklin le respondió: «Una República, señora. Si ustedes pueden mantenerla». Ciertamente, la responsabilidad de un país democrático no está en manos de una minoría privilegiada. La responsabilidad es de todos. Asumámosla entonces y dejémonos ya de lamentaciones.

La sumisión como modelo de libertad

3111207407_d7b10c180a_oVoltaire, en pleno siglo XVIII, llegó a decir que «es peligroso tener razón cuando es el Gobierno el que está equivocado». Varios siglos después, la frase no sólo no ha perdido vigencia, sino que ha ampliado su significado. En este nuevo milenio parece que sigue resultando peligroso manifestar abiertas discrepancias en contra de quien ostenta algún tipo de poder, sea o no gubernamental. Ejercer la libertad de expresión a través de la crítica o llevar a cabo la sana costumbre de contribuir a un debate a través de posturas diferentes –lo que antes se consideraban derechos, principios y comportamientos aceptados y hasta aplaudidos como parte de un sistema democrático avanzado y maduro- comienzan a percibirse como muestras de indisciplina y conductas insolentes y sancionables. Cada vez aumenta el número de personas que encajan muy mal el hecho de que se alcen voces en contra de sus postulados o se difundan juicios de valor distintos a los que ellos sostienen, de tal manera que ese sesgo dictatorial que llevan en su interior termina por salir a la luz, pese a los disfraces democráticos con los que pretenden revestirlo.
En una reciente sentencia del Tribunal Constitucional, este órgano -en teoría, destinado a la protección de los Derechos Fundamentales y de los principios esenciales del modelo de libertades propio de un sistema constitucionalista- avaló una sanción de veinte meses de suspensión de militancia impuesta por el Partido Socialista Obrero Español a una miembro de dicha formación política, por haber cuestionado la decisión de suspender el proceso de primarias en las Elecciones Municipales de Oviedo del año 2006 en un artículo publicado en el diario “La Nueva España”. La entonces afiliada socialista acudió a los tribunales y, si bien la Audiencia Provincial de Asturias le dio la razón, el Tribunal Supremo primero y el Tribunal Constitucional después, confirmaron la legalidad de la medida sancionadora acordada por su partido.
La tesis esgrimida para argumentar la decisión judicial se centra en que los afiliados de una organización deben fidelidad a la misma y sus críticas no pueden dañar su imagen. El afectado, en ese caso, podrá abandonar la militancia si no está conforme con determinadas decisiones pero, según el criterio mayoritario de los Magistrados, no podrá permanecer en las filas del partido manifestando pública y notoriamente sus desavenencias y reproches.
La sentencia presenta la peculiaridad de los escasos firmantes de esa opinión supuestamente mayoritaria, habida cuenta que Juan Antonio Xiol y Encarnación Roca se abstuvieron por haber participado también en el proceso ante el Tribunal Supremo, y que refleja hasta tres votos particulares, correspondientes a Fernando Valdés, Francisco Pérez de los Cobos y Andrés Ollero. Si a lo expuesto anteriormente se añade la vacante generada por el fallecimiento de Luis Ortega en abril de 2005, la conclusión es que nos hallamos ante una doctrina apoyada por una exigua mayoría numérica.
Sea como fuere, la postura que se ha impuesto defiende que libertad de expresión de los militantes de los partidos queda limitada por su propia pertenencia a la organización, llegándose a afirmar que esa libertad reconocida constitucionalmente se pliega ante un supuesto deber de lealtad al partido, no establecido en ninguno de los artículos de nuestra Carta Magna, y que implica para el ciudadano la obligación de evitar las críticas públicas.
En mi opinión, esta decisión constituye un gigantesco paso atrás en la defensa de nuestras libertades. Qué lejana parece la época en la que el mismo Tribunal defendía la posición preferente de la libertad de expresión por su vinculación con los valores de pluralidad y democracia, cuando aquella contribuía al debate democrático. Pese a la cercanía en el tiempo, la doctrina que defendió en la sentencia 112/2016, de 20 de junio de 2016, cuando afirmaba que la libertad de expresión comprende la libertad de crítica «aun cuando la misma sea desabrida y pueda molestar, inquietar o disgustar a quien se dirige, pues así lo requieren el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin los cuales no existe sociedad democrática» queda, por desgracia, ya demasiado alejada de contexto.
Ahora parece estar de moda la sumisión como modelo de libertad, el orden orgánico sobre la libertad de pensamiento, la disciplina por encima del debate, el silencio frente la discrepancia y la obediencia ante el líder como valor superior. Y si este es el nuevo camino por el que va a transitar aquel modelo de Democracia y de Estado de Derecho que en su día me enseñaron, yo no lo quiero ni para mí ni, por supuesto, para mis hijos.

«La sonrisa Duchenne» elegida entre lo más destacado del año 2016

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El periódico Diario de Avisos ha publicado recientemente un listado de lo más destacado del año literario en Canarias. El crítico literario Eduardo García Rojas, en las páginas de ese periódico y a través de su blog, ha designado «La sonrisa Duchenne» como una de las novelas del año. La novela, publicada por la editorial Verbum, fue finalista del Premio Iberoamericano Verbum del año 2015.

Muchas gracias al periódico y a su ilustre colaborador por la elección.

http://www.elescobillon.com/2017/01/¿por-que-estos-diez-titulos/

 

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