DEMOCRACIA Y CAPAS DE BARNIZ

demo8111Reconozco que cada vez me cuesta más diferenciar la campaña electoral de su correspondiente precampaña y a ésta de cualquier otro momento en la vida de un Estado democrático. Sin embargo, y dado que la cita con las urnas se acerca, conviene repasar la esencia de lo que se nos viene encima. Y tal esencia no es otra que el pueblo debe elegir representantes para ocupar determinados cargos públicos que, de alguna manera, le hagan sentirse representado en los diferentes Parlamentos. Sin embargo, tengo la sensación (por no decir la certeza) de que los sistemas electorales están sometidos a innegables correcciones que maquillan la voluntad de los ciudadanos expresada en votos y que ciertas conductas de los políticos tienden a convertir en papel mojado lo que el pueblo manifiesta verdaderamente en cada elección. Barreras electorales desorbitadas, distribución de escaños al margen de la población real, desigualdad en el valor del voto, alianzas sorprendentes de partidos, en principio, nada afines, pactos a tres, a cuatro, incluso a cinco bandas para impedir el acceso al gobierno de la fuerza política que se quedó a escasos votos de la mayoría absoluta, transfuguismo, corrupción… Por no hablar de esas minorías decisivas que imponen sus criterios a la mayoría, sabedoras de que pueden exigir a voluntad, conscientes de resultar imprescindibles para mantener en el sillón al que está dispuesto a claudicar con tal de conservar su cuota de poder. La pregunta es obligada. ¿Realmente nuestro sistema electoral respeta la voluntad de los votantes? ¿Las operaciones que transforman en escaños nuestros votos se realizan sin matizar o tergiversar lo que de verdad queremos manifestar las personas? ¿Los políticos que se apropian del citado escaño lo atrapan como un cheque en blanco, prescindiendo completamente de las promesas electorales y de las manifestaciones en campaña?

Tengo el convencimiento de que las respuestas que dan los ciudadanos de a pie a estas preguntas van dirigidas en un mismo sentido. Parece que sobre el concepto democracia se aplican demasiadas capas de un barniz que, en ocasiones, altera la esencia de ese concepto hasta hacerla desaparecer. Hace unas semanas asistí atónito a una votación en el Parlamento Europeo en la que sus señorías votaron en contra de perder el privilegio de volar en primera clase. Por supuesto, los partidos cuyos eurodiputados se niegan a viajar como turistas lanzan en sus respectivos países discursos acerca de cómo hay que apretarse el cinturón (el ajeno, no el suyo) e invitan a la concienciación sobre la grave situación económica mundial a base de recortar pensiones, salarios y prestaciones. Así las cosas, es muy difícil rebatir a quienes afirman que todos los partidos son iguales y que ninguno de ellos se interesa realmente por la ciudadanía. La zozobra y el hastío de la sociedad con relación a su clase política explican el cada vez más alto nivel de abstención. ¿Nos sentimos representados por aquellos que deciden por nosotros?

Ahora bien, quizá la culpa la tenga la propia sociedad, cuyos miembros se limitan a quejarse sin hacer nada. Es posible que, por ser dóciles, olvidadizos y poco exigentes, tengamos lo que nos merecemos. O por estar anestesiados por la telebasura y habernos habituado a la mediocridad. Por todo eso yo echo de menos que, entre tantas promesas, no exista una propuesta de modificación de las normas electorales que haga nuestro sistema representativo más perfecto y que intente recortar la gigantesca distancia que actualmente separa a representantes de representados. Una reforma en serio que empiece a lijar esas capas de barniz que se han extendido sobre la democracia y que le privan de parte innegociable de su esencia.

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