LOS PELIGROS DE CURAR LOS MALES SIN DIAGNÓSTICO PREVIO

4703821-man-on-diagram-crisis-3dEn todo cambio de año es habitual hacer balance de lo que ha pasado y, al mismo tiempo, idear propósitos para el futuro que se avecina. Y es en estos momentos cuando las personas, precisamente para afrontar esas tareas que nos esperan, tendemos a poner el acento bien en una visión optimista, bien en una pesimista. En esta eterna pelea entre quienes ven la parte positiva de las cosas y aquellos que solo reparan en lo negativo, considero que ambas posturas son igual de peligrosas. La realidad es la que es, por mucho que algunos la disfracen para resaltar aquellos aspectos que son  más de su interés. Decía el Premio Nobel portugués José Saramago que los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay. Asimismo, el Primer Ministro británico Winston Churchill manifestaba hace décadas que, mientras un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad. Frente a estas dos posiciones tan antagónicas, yo me quedo con la reflexión del escritor y teólogo inglés William George Ward cuando afirma que el pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas. Con la que está cayendo, ni es lícito únicamente quejarse de lo mal que está la situación, ni basta con confiar en que acaben unas penurias que, como dice el refrán, no pueden durar cien años.

Frente a la crisis que nos asola es muy común que los encargados de la difícil tarea de resolverla hagan una llamada al optimismo con la esperanza de crear un clima más propicio para el triunfo. En este sentido, he oído propuestas muy variadas pero ninguna de esas voces ha realizado un diagnóstico previo de los motivos que nos han arrastrado al fondo del pozo. Mi impresión es que nos hallamos ante un médico que intenta desesperadamente que no se le muera el paciente pero sin tener demasiado claro el origen de su enfermedad. Todas las medidas que, según los periódicos, nuestros dirigentes van a tomar y que, en algunos casos, ya han comenzado a aplicarse, puede que sean lógicas e irremediables para que los números rojos cambien de color o las mareantes cifras de desempleados mengüen cuanto antes. Pero, aun suponiendo que tan nobles propósitos tengan éxito y el enfermo se estabilice y hasta mejore, no está libre de sufrir una posterior recaída, a no ser que se atajen desde la raíz las causas que su patología.

Y es que esta crisis no es solo económica. También es política y moral. Por eso, no basta con dar trabajo a quienes no lo tienen. Es necesario hacer justicia. Hacerla sobre los mecanismos de control que no funcionaron, sobre los que derrocharon embriagados de poder, sobre los que llenos de avaricia se aprovecharon personalmente y dejaron una herencia calamitosa y una quiebra en las instituciones que regentaban, sobre los que participaron en este desastre y sobre los que miraron para otro lado. No son de recibo las proclamas a apretarnos todos los cinturones como si todos tuviésemos la misma cuota de responsabilidad en el desastre en el que estamos inmersos. Hay que hacer reformas y no solo económicas y laborales porque, en caso contrario, no es que yo sea pesimista en lo que se refiere a salir de esta crisis. Soy pesimista en cuanto a no volver a caer en ella en el futuro y, para colmo, por cometer de nuevo los mismos errores del pasado.

 

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