LA MACROECONOMÍA COMO MÉTODO DE HIPNOSIS

170082Hace algunos días, Mariano Rajoy manifestó en una entrevista radiofónica que «no se puede ser un optimista absurdo, pero tampoco se puede tener un planteamiento triste o de cenizo, porque está fuera de la realidad en este momento», justificando de esa manera el mensaje positivo que lanza el Ejecutivo ante los signos de recuperación económica. Inmediatamente, me acordé de la ensayista norteamericana Barbara Ehrenreich, quien en su famoso libro “Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo”, critica severamente esta tendencia de los políticos a la autocomplacencia, la misma que, sin ir más lejos, llevó al sistema financiero norteamericano a relajar los controles y a dejarse llevar por la euforia, actitudes que finalmente le condujeron al desastre.

Creo que, tanto tras la frase del Presidente español como, en general, detrás de las proclamas de los líderes de su partido, se esconde una necesidad de reconocimiento a las mejoras que se están produciendo durante su etapa al frente del Gobierno, avaladas por algunos datos numéricos que parecen indicar que España va por el buen camino. En otras palabras, pretenden que los ciudadanos reconozcan su labor y les alaben por ello. Es cierto que van llegando determinadas informaciones que pueden calificarse como positivas. Nadie discute que es mejor que bajen el paro y la prima de riesgo a que suban. Negar la evidencia es de necios. Pero, en mi opinión, lo verdaderamente relevante estriba en tener claras las metas que, en definitiva, determinarán el éxito o el fracaso del ejercicio del poder.

Planteada así la cuestión, mucho me temo que yo formo parte de esa categoría de “cenizos” a los que aludía el señor Rajoy. El control de la prima de riesgo o  del gasto público y la subida de décimas del producto interior bruto o de la contratación no son objetivos en sí mismos sino medios para lograr los verdaderos fines. Y los logros que merecen de verdad aplausos, los que reflejan los deseos de la ciudadanía, no se hallan en los datos macroeconómicos sino en las concretas satisfacciones de las necesidades de la población. Mientras la sanidad esté colapsada por culpa de las listas de espera y por los galimatías competenciales entre las múltiples Administraciones; mientras acceder a la justicia sea cada vez más un lujo para el ciudadano y se encuentre tan politizada; mientras la calidad de nuestra educación sea deficiente y continúe influenciada por las ideologías; mientras la tasa de paro refleje a millones de personas en una situación tan penosa; mientras nos alerten desde los organismos internacionales de que el nivel de nuestra pobreza infantil es inasumible o de que la precariedad laboral condenará a los trabajadores a no salir de pobres en su vida; mientras exista la sensación generalizada (reconocida por el propio Fiscal General del Estado) de que no se aportan medios para luchar contra la corrupción y de que no todos los individuos reciben el mismo trato ante la ley; mientras todo esto no cambie, nuestros políticos no merecen ni aplausos ni reconocimientos.

Pretender vendernos un sentimiento de optimismo a base de gráficos, números y estadísticas que en modo alguno se trasladan a nuestro día a día, que no sirven para mejorar los servicios públicos, que no ayudan a conseguir las aspiraciones más lógicas y elementales de cualquier ser humano (para el joven, independizarse de sus padres; para el padre de familia, no tener que depender de la pensión del abuelo; para el estudiante con beca, que se abone su importe de una vez por todas; para el enfermo dependiente, que se le atienda…) es un ejercicio de hipnotismo colectivo al que yo no me voy a sumar. Y, si eso es ser cenizo, pues lo seré.

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