LAS MANOS NEGRAS DE LA DEMOCRACIA

manos_negrasEn 1947 Winston Churchill pronunció en el Parlamento británico su célebre frase “la democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las otras formas que se han probado de tiempo en tiempo”. Desde luego, lo que sí se puede afirmar con rotundidad de la democracia es que es un sistema especialmente delicado que sólo funciona como debería si se dan una serie de condiciones previas. Resulta imprescindible, por citar algunos de esos condicionantes, que los derechos fundamentales de los ciudadanos sean efectivos, que dichos ciudadanos estén formados y educados para poder pensar y decidir por sí mismos y no convertirse en un rebaño dirigido y fácilmente manipulable, que los poderes públicos estén controlados en todo momento o que existan libertad de expresión y libertad de prensa para la adecuada difusión de discursos y noticias que contribuyan a una correcta formación de la voluntad y de las ideas de los habitantes de ese Estado. La lista puede seguir, habida cuenta que se necesitan muchos pilares bien sólidos sobre los que construir una democracia que merezca ser calificada como tal.

Por centrarme en esta ocasión en la última idea apuntada, no suele darse la debida importancia al tema de las libertades de expresión y prensa. Existen férreos controles para saber si unas elecciones han sido libres. Se publican informes sobre el estado de la educación en los países de nuestro entorno, como el que recientemente nos avergonzó a muchos sobre la situación de este trascendental tema en España en general y en Canarias en particular, mientras que los dirigentes, decididos a no dar la cara ante un fracaso tan monumental como el educativo, echan balones fuera como viene siendo su costumbre. Sin embargo, los estudios que se dedican a analizar el nivel de libertad real en los medios de comunicación ni suelen abrir los telediarios ni ocupan las portadas de los periódicos.

En este sentido, merece una especial atención todo lo que está sucediendo en torno al fenómeno de Wikileaks. Tres son las cuestiones sobre este mediático portal de Internet que me llaman poderosamente la atención. La primera, que sus filtraciones, en el fondo, no han sacado a la luz ningún gran secreto de Estado sino que, en realidad, difunden datos que, o bien eran obvios, o bien trascendían a la política para introducirse en el terreno del cotilleo. La segunda, que pese al enorme revuelo provocado, nadie ha dicho que sean falsas las informaciones publicadas. La tercera, que los Estados que se enorgullecen de su condición de democráticos inician una voraz e incomprensible carrera  para acallar a un medio de difusión de noticias relativas a los poderes públicos cuya veracidad nadie ha discutido hasta la fecha.

De la misma manera que, con el paso de los años, nos repugna que en Estados Unidos se intentaran ejercer presiones para que el escándalo Watergate no saliera a la luz, y de la misma manera que aplaudimos el tesón y la valentía de un grupo de periodistas españoles que hace algún tiempo investigaron diversas tramas de corrupción en el seno de nuestro entonces Gobierno, confío en que también nos enorgullezcamos de esta actual rebelión que sí merece el calificativo de cívica porque aboga por la difusión de una información veraz. Miles de personas han salido a la calle para protestar por el comportamiento rechazable tanto de gobiernos como de multinacionales y grupos de presión. Una inmensa selección de manos negras y de figuras políticas bastante discutibles pretende hacer del silencio y de la censura las nuevas banderas de la libertad occidental. Buena parte de esa ciudadanía ha utilizado para sus protestas la máscara que portaba el protagonista de la película “V de Vendetta” como un símbolo de la lucha sobre la que trata dicho largometraje, la de un hombre que se rebela contra un sistema que comienza a ofrecer claros síntomas de putrefacción. Confiemos en no alcanzar esos niveles.  Es imprescindible que cuidemos los cimientos sobre los que se asienta nuestra democracia para evitar que unas grietas todavía de escasa entidad hagan tambalear la construcción y que, cuando queramos darnos cuenta,  ya sea demasiado tarde.

 

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